jueves, 8 de diciembre de 2011

Capitulo 2

Luego de salir del despacho de mi padre, fui a mi habitación, me puse unos pantalones de montar color negros ajustados, mis botas de montar, busque una blusa ligera fucsia, me hice una coleta alta y busque mi equipo de equitación. 

Al llegar al establo ensillé a Lucifer y salí con rumbo al bosque. Aunque mis padres insistían en que montase una linda y dócil yegua, Lucifer era más parecido a mí que cualquier otro animal. Era rebelde y obstinado. Había sido criado en una granja de caballos a las afueras de Midelton, pero su naturaleza indómita había causado grandes problemas, su padre era un caballo salvaje y una yegua andaluz que para su mala suerte se había escapado de la grande y tenido una aventurilla con él. Al dueño casi le daba un infarto al saber que su fina y más preciada yegua esperaba un potrillo de un animal salvaje. No le quedó más remedio que quedarse con él. Pero mientras fue creciendo no había sido posible domarlo, reventaba las riendas del esfuerzo, y no había permitido que se le acercaran con una jeringa cuando el dueño quiso castrarlo. El señor Nelson, el dueño de la granja, informó a mi padre sobre el asunto, no querían sacrificarlo porque era un espécimen hermoso y pagarían una fortuna por semejante caballo, grande, fornido, color blanco inmaculado, hocico gris, de patas largas y pelo sedoso. Mi padre le había dicho que lo dejara a cuidado del Sr. Frimand, él era un excelente veterinario y “domador” de animales, pero ni siquiera el domador había podido con el caballo.

Una tarde estaba tan aburrida que decidí salir a cabalgar. Zaphira, la yegua favorita de mi madre tenía una pata lastimada y el caballo de mi hermano no se apartaba de su lado. En cuando a Zifrick y Melody estaban siendo aseados, enfadada busque otra cosa que hacer, busqué al señor Frimand, que estaba intentando trabajar con un nuevo caballo. Lo sabían llamado Lucifer porque era testarudo y desobediente. Sentí gran curiosidad por el animal, casi tan alto como una casa, que le pedí dejarme montarlo. En cuanto se lo propuse el hombre me lo impidió de inmediato, pero no lo escuché y me acerque a él. Al principio estaba tenso, pero tomé su hocico y le acaricie las orejas con delicadeza mientras le susurraba palabras tranquilizadoras. Desde ese momento solo yo he podido montarlo, a veces el Sr. Frimand pero no con mucha frecuencia. Me había dicho que era una bruja, y le pedí a mi padre si podía quedarme con él, al principio me repuso que era una bestia enorme para una señorita, y que era gruñón, pero al ver los cambios que hizo conmigo como entrenadora se había convencido que era mejor que estuviese conmigo que tener que sacrificarlo.

Lucifer relinchaba feliz al tiempo en que lo puse al trote, y poco después un galope ligero. Amaba sentir el viento a mí alrededor, y el sol del mediodía brillando con fuerza. Para ser pleno abril el calor empezaba a sentirse.

Un desfile de arboles como edificios se presentaba delante de nosotros, guié a Lucifer entre los ramajes, me bajé de un saldo, tomé las riendas y caminamos el resto del trayecto hasta el río que lindaba con los límites de la propiedad familiar.

Dejé que el caballo tomara agua y me deshice de la coleta. Puse una sabana que llevaba en mi bolso de excursión Gucci, y la extendí bajo un gran roble. Como Lucifer no tenía la costumbre de salir huyendo o corretear, le cambie la correa por una soga y lo amarre al roble, le permitía estar libre pero no podría escapar. Saque también una manzana y se la ofrecí, él amaba las manzana, le saque otras dos y las dejé a un lado, busque mi libro de medicina animal y empecé a leer sobre los grandes mamíferos, el libro había sido un obsequio de Mía, una colección de 10 tomos que me había enviado para navidad.

Minutos después escuché un sonido a lo lejos, como un bebé llorando, o más específicamente un gemido. Era ahogado y agudo, por lo que parecía ser un canino muy pequeño. Me levanté con curiosidad y caminé unos metros, el gemido se hacía cada vez más fuerte, pero no lograba descifrar el lugar del que provenía. Más adelante entre unos arbustos llenos de enredaderas había una figura grande entre ellos. Al principio sentí un poco de miedo, ¿y si era un lobo o una hiena? Podía encargarme del cachorro pero dudaba que pudiera con su madre.

El gemido estaba cerca. Estaba luchando con mi deseo de seguir buscando a la pequeña criatura y el deseo de salir corriendo. En contra de todo caminé hasta la criatura grande y tomé una vara que había en el suelo, con cuidado lo piqué, este se removió y al parecer perdió el equilibrio y cayó de espaldas fuera de las enredaderas. Para mi sorpresa no era ningún tigre o puma, sino un muchacho bastante alto, de cabellos claros, tenía una camiseta blanca, muy sucia, y unos pantalones oscuros. El muchacho se quejo un poco y se frotó la cabeza en la parte de atrás con su mano, sus brazos estaban bien formados, se notaba que hacía mucho ejercicio, hasta su pecho estaba bien formado y su cintura era pequeña, sus piernas… ¿Qué hacía yo mirando sus piernas?

-¿Estás bien?- pregunté un poco preocupada. El muchacho se quedó tendido de espaldas con los ojos cerrados y una leve sonrisita en los labios. Era la primera vez que lo veía. Su nariz era un poco tosca, sus cejas pobladas pero en un arco perfecto, sus labios eran delgados y su barbilla como una V.

-Ignorando la contusión cerebral, el dolor de espalda y el piquete de la vara estoy bien- él abrió los ojos vi el hermoso color azul, eran un tanto oscuros, pero aun así hermosos. ¿Y qué hacía yo de nuevo pensando en lo hermoso de sus ojos? Sus rasgos definitivamente era muy comunes en Vera, cabellos claros, ojos de color, piel blanca, de gran estatura… pero había algo en él, y no sé que era, simplemente… era… bien agraciado. Él abrió más los ojos y al mirarme se dio rápido la vuelta y se levanto.

-Princesa Lilliam- él hizo una reverencia. Él era realmente alto, y ahora que lo veía mejor, y no de cabeza me di cuenta de que era más que bien agraciado, el tipo era realmente bello.

-¿Estas lastimado?- pregunté nuevamente, aunque sabía que su primera respuesta había sido una broma pareció haberse lastimado en serio. Su mejilla izquierda estaba un poco raspada y salía sangre de la herida. Saque de mi bolsillo un pañuelo blanco de lino que siempre llevaba conmigo, me acerqué a él, me puse de puntillas y puse el pañuelo en su mejilla. Sentí como se tensaba pero no se apartó, el muchacho levantó la mano y sostuvo la tela.

-Gracias milady- dijo él haciendo una inclinación de cabeza.

-Llámame Lilly. ¿Qué hacías allí?

-Estaba tratando de sacar a un cachorro de entre los arbustos, pero me atoré y el tonto perro se metió aun más en la maleza.- Lo vi reírse un poco pero hizo una mueca por el dolor.

-También lo escuché y quería encontrarlo. Vamos al rio para que laves tu mejilla- él asintió y me dejó ir primero. Cuando llegamos Lucifer estaba comiéndose el resto de las manzanas y resoplo cuando pase a su lado y le acaricie la cabeza. El muchacho se arrodillo junto al rio mojó el pañuelo y se limpió la cara. Me quedé mirándolo mientras se aseaba, su espalda era grande y con músculos que se veían a través de su camiseta. Mis mejillas ardieron ante ese pensamiento ¿Y entonces? Nunca me había puesto así, conocía cientos de muchachos mucho más guapos que él, y ahí estaba mirando cómo se contraían sus músculos con cada movimiento.

-Me temo que su pañuelo está arruinado milady- dijo él mientras se levantaba y dejaba de nuevo el pañuelo en su mejilla. El sol le daba sobre sus cabellos que parecían miel, tenía la camisa muy mojada y se le adhería al pecho firme…

-Descuida- dije un poco torpe.- puedes quedarte con él. Y no me digas milady, ya te dije que podías llamarme Lilly.

-No sería correcto…- comenzó a decir él, pero yo lo detuve.

-Es una orden- dije con suavidad- ¿Cómo te llamas?

-Jeff… me llamo Jeff.- por un momento pareció reacio a decirme quien era, no le presté atención o eso- ¿Qué hacia sola por aquí señorita? –Él frunció el ceño y yo lo reprendí con la mirada- perdón, Lilly.

-Así está mejor- le sonreí- vine a pasear un rato con Lucifer- dije señalando a mi caballo que estaba sumamente interesado en un jardincillo de margaritas que crecían al pie de un árbol cercano.- Estaba leyendo y escuche al cachorro gemir.

-Es cierto, el perro. Sigue ahí y no quiere salir.

-Tal vez este asustado, no es común que un cachorro ronde por el bosque y menos solo. Quizás podamos sacarlo con un poco de paciencia.- caminé y desaté a Lucifer del árbol, le cambié las riendas, busque mis cosas y las até a la silla de montar. Jeff se me quedo mirando un rato, quizás preguntándose qué estaba haciendo- ¿Te quedarás ahí parado o me ayudaras a sacar al cachorro de los arbustos?

-Claro- susurró.

Caminamos de regreso a los arbustos donde el perro seguía gimiendo y aullando. Esta vez estaba casi fuera del verde follaje. Yo me aproximé y tomé al pequeño animalito. Se trataba de un pequeño cachorro golde retriever. El pequeño tendría alrededor de un mes de nacido más o menos, tal vez estaba perdido. Busqué dentro de mi bolso una chaqueta de lana color rosa que siempre llevaba por si llegaba a hacer frio y envolví al cachorro en ella.

-Este es el pequeño que causó tanto alboroto- dije mientras le tendía al animalito a Jeff. Este se echó a reír y lo acurruque en mi pecho.

-Así que tú eres el causante de mis rasguños- el pequeño abrió la boca volvió a aullar.- Creo que tiene hambre, lo llevaré a casa y…

-¿Te lo llevarás?- le pregunté.

-Ahmm… sí. Quería rescatarlo, llevarlo a casa y cuidar de él, ¿Por qué?

-Yo… también quería llevarlo a casa- respondí decepcionada. Yo también quería tenerlo, cuidar de él, alimentarlo. Jeff no podía llevárselo así no más, pero una cosa era cierta, él lo había encontrado primero, no podía ser tan egoísta.

-Tal vez- dijo mientras acariciaba las patitas del perrito distraídamente- podamos compartir su custodia. Hoy es viernes, por lo que podríamos vernos el viernes siguiente y puedes llevarlo contigo.- mi estomago se contrajo con la idea de volver a verlo, pero… me dije a mi misma, solo nos veríamos para que me llevara al cachorro.

-Creo que es mucho tiempo- ¿De dónde salió eso?- ¿el miércoles te parece?

-Claro- Jeff sonrió.- ¿Cómo se llamará esté pequeño revoltoso?

-No lo sé- no se me ocurría nada, estaba ocupada mirándolo jugar con el perro.- ahmm… puede llamarse… Jef-ly.

-¿Jef-ly?- preguntó divertido.- ¿Es como Jeff y… Lilly? – No era mi intención, en ningún momento… pero me sonrojé. ¿Qué me estaba pasando? ¿Acaso me había contagiado de algún virus circundante o algo así?

-Si no te gusta hay muchos nombres que…

-No, me gusta Jefly.- ese comentario hizo arder mis mejillas- Bien… tengo que irme.

-¿Dónde está tu montura?

-Más adelante. Entonces… ¿Nos vemos el miércoles?

-¡Ajap!- yo asentí entusiasmada- ¿Tienes celular… correo?

-Sí, claro. Aunque no lo llevo conmigo cuando voy de excursión- Yo saqué mi libreta de dibujos de mi bolso y un lápiz, era dada al dibujo, ¿y que dibujaba? ¡Animales, por supuesto! – Ten- le tendí los utensilios- anótalos y luego te escribo para que tengas el mío.

-Perfecto –respondió él- nos vemos entonces. Adiós.

-Adiós- De un salto subí a lomos de Lucifer, y mirando a Jeff desde las alturas sentí de nuevo esas mariposas en mi estomago- Adiós Jef-ly.- Jeff miró al perrito y sonrió de nuevo.

Tomé las riendas y comencé a guiar a Lucifer de vuelta a casa. Normalmente no era tan descuidada con eso de tratar a los extraños con tanta familiaridad. Pero Jeff tenía algo que simplemente te hacia querer abrir tu alma, y revelarle todo lo que sientes, era extraño, pero me hacia querer saber más de él, sus gustos, sus disgustos, sus pasiones, todo.

Debía estar volviéndome loca. No sabía quién era él, y al parecer no estaba dispuesto a revelarme nada. En cada momento se había mantenido alejado y reservado en sus asuntos, encerrado en su mente, aunque daba la impresión de que todo lo que él pensaba se daba por sentado, como cuando dijo querer llevarse al Jef-ly con él, si siquiera tomó mi opinión, y si algo odiaba era precisamente eso, no ser tomada en cuenta, como si no tuviera algo interesante en mente, o que mis aportes no serian de gran relevancia. Aunque sabía que no debía sentirme enfadada u ofendida, no podía quitarme ese pensamiento de la cabeza. Tenía que saber quién era él en realidad y que ocultaba detrás de esa sonrisa amable.



Con las manos aun temblándome llegué hasta las escaleras del Pear Palase. Me bajé de un salto del lomo de Pegasus, le di las riendas a Julio que se acerco a mí tan pronto como llegue y se disponía que regresar al caballo a los establos.

El corazón me martilleaba en el pecho, y no precisamente por la carrera suicida que acabada de tener sino por la preciosa rubia con la que me había encontrado, y que me había herido. Había escuchado que la princesa tenía una belleza hipnótica, segadora, deslumbrante, pero nunca la había visto. En los últimos dos años mi única ocupación había sido estudiar, aprender otros idiomas, estar de cabeza con mi padre trabajando, y nunca me molesté en saber quién era la princesa de Vera. Claro que conocía la historia, incluso había visto a los reyes en muchas ocasiones, pero a la princesa solo se le veían los rizos dorados cayendo en cascada por su cabeza cubierta por sombreros elegantes. Pero jamás la había visto en persona, solo fotografías en los periódicos o en internet. Y debo decir que las descripciones sobre ella se quedaban cortas. Al verla me había quedado sin aliento, literalmente de cabeza. Imaginé que siendo una princesa seria toda petulante y engreída, sin embargo era muy simpática, y hermosa, hermosísima, perfecta. Con un suspiro me deje caer en el último escalón, miré el bulto que llevaba en mis brazos, Jef-ly durmió todo el camino y aun lo hacía. Una de las mangas de la chaqueta estaba suelta, lo tomé entre mis manos y lo lleve a mi nariz. Olía a ella, como a flores, duraznos y fresas, dulce. Su pañuelo parecía pesar como piedras en mi bolsillo, tenía dos prendas que eran de ella y claro la custodia compartida del pequeño animal. No sé en que estaba pensando cuando sugerí tal cosa, simplemente no me hubiese importado que ella se lo llevara, pero había visto su gran interés en el pequeño que no pude reprimir las ganas de tenerlo conmigo solo porque ella también lo deseaba. Sonará estúpido, y totalmente infantil, pero había nacido un deseo en mí tan grande que no pude reprimir ese impulso. Quería volver a verla, como sea, y si para eso debía cuidar al pequeño latoso lo haría.

Sobre mí caía el peso de una mentira, ese quizás fue el principal problema, ¿pero que iba a decirle?“Hola, soy Jeff, antes era pobre, pero ahora tengo mucho dinero y heredaré un titulo pronto, por cierto eres hermosa, ¿puedo besarte?” Eso sería devastador.

Y allí estaba de nuevo reviviendo el poco tiempo que había compartido con ella. Con desgana me levanté y entre a la casa.

-¡Jeff, has llegado!- dijo mi madre al verme desde la cima de las escaleras. Llevaba el cabello rojizo rizado y un vestido de tarde color celeste muy sencillo, así era ella, toda elegancia pero sin ser exagerada, alta y con su cara risueña, debo decir que tenía sus años, aunque no era vieja, seguía teniendo esa chispa de picardía que debió tener cuando era muchacha, y comprendía muy bien porque mi padre se había enamorado perdidamente de ella, todos se enamoraban de ella con solo mirarla. Sus ojos azul oscuro eran idénticos a los míos, yo me parecía más a ella que a mi padre, por lo que siempre me decía que había sido besado por un ángel, y era cierto, mi madre era un ángel.

-Sí, y traigo un huésped conmigo- dije señalando al cachorro que se revolvía entre mis brazos.

-¡Oh! Mira esa cosita- ella ya estaba delante de mí quitándome al perro de encima- ¿Dónde lo encontrarte?

-Cerca del rio, dentro de unos arbustos- ella me miro, puso sus manos en mi barbilla y me miro la mejilla. Aunque era mucho más alto que ella logró hacerme bajar un poco para examinarme la cara.

-¿Qué te sucedió?- ella me tomó la mano sin dejar que yo le explicara y me llevo a la cocina para hacerme sentar en una de las sillas del desayunador. La cocina debo decir, era un impresionante foco de luz, había sido redecorada hacia poco y todos los aparatos eran nuevos y de color blanco. Los ventanales que tenia de espaldas a mí daban a un jardincillo de claveles que mi madre había cultivado.

-Estaba en una misión de rescate mamá- dije de manera despreocupada. Ella soltó un bufido y coloco al cachorro en el suelo. Mi madre estaba rebuscando aquí y allá, sacando tasas de un lado, y vendas del otro. Le tendió a Jef-ly la tasa con leche y éste corrió por él. Ella se puso delante de mí y mojo la venda con alcohol, sentí como mi rostro perdía el color, era tan cobarde para el dolor. Ella puso la venda sobre mis mejillas y reprimí un gruñido, la herida escocía y me ardía como el demonio, dije una grosería en alemán y ella en seguida me miro con los ojos como platos, ella conocía el idioma como si fuese el suyo propio. Ella era Española por lo que su inglés tenía un acento chistoso, pero había aprendido alemán en la universidad. Mi padre era escocés, y también tenía acento. Mis hermanos y yo nos acostumbramos al inglés americano del viejo conde y al español latino de la Sra. Montiel, nuestra ama de llaves.

-¡Tú y tus misiones de rescate! Jonathan Jacob si llegas con otro brazo roto juro por Dios y la memoria del conde que te castigare de por vida- Dijo ella en español. A los largo de mis 20 años había tenido un registro de dos fracturas de muñeca por brazo, un esguinces en la pierna derecha y una fractura en la izquierda, tres fracturas de costillas y una cantidad desconocía de puntadas por raspones. Los nervios de mi madre estaban siempre alterados por mis “misiones de rescate”. Una vez me había saltado la valla que dividía la propiedad con la del huraño varón Banllester. Tenía un árbol de manzanas en su patio trasero, enormes manzanas como melones. El viejo conde Phirs me había dicho que eran las mejores del lugar, pero las cosechas se perdían porque al varón no le gustaban. Por lo que una tarde de julio salté la cerca y lleve conmigo una mochila bacía, tendría en ese entonces la edad de los mellizos. Trepe al enorme árbol y me senté en una rapa aparentemente fuerte. Al recolectar mi botín la rama cedió por el peso y caí de pie como un gato. Claro que mi pie derecho lo había sentido por completo, aun así corrí hasta la valla donde el viejo Phirs me esperaba muerto de la risa. Como pudo me ayudo a llegar a casa, y mi madre salió como loca al escuchar que estaba lastimado. Cuatro semanas con un yeso, otras cuatro vendado y dos más en terapia, había valido la pena. Mientras estaba de reposo comí tanta tarta de manzana, pudin de manzana, helado de manzana, jugo de manzana, gelatina de manzana como para que alguien se artera, pero yo era feliz comiendo todo lo que me trajeran.

Después de eso el varó puso un cerca eléctrica en su partió y mando a quitar el árbol de manzanas. Pero había disfrutado de su última cosecha. Mi madre terminó y curarme, puso una gasa en mi mejilla y me besó la frente.

-Gracias mamá-le dije en español. Mi madre sonrió.

-De nada bebé- me respondió ella. Unos gritos llegaron desde la entrada. Mi madre frunció el ceño y fue a ver el alboroto. Yo miré a Jef-ly que estaba jugueteando con mis cordones, y lo devolví a la tasa con leche pero este lo ignoró. Me levanté y seguí a mi madre. - ¿Julieth qué pasa?- escuche decir a mi madre en la entrada. July estaba pálida como una hoja mientras que Jeremy se reía hasta las lágrimas. Me acerque al bribón y pase mi brazo por su cuello y comencé a forcejear.

-¡Basta Jeff, déjame!- gritaba Jeremy.

-¿Qué le hiciste a July? ¡Habla mocoso!- dije mientras lo apretaba más y le frotaba el puño en la cabeza.

-¡Ya basta muchachos!- grito mi madre. Aunque no era dada a perder la paciencia con Jeremy molestando contantemente a July era difícil- ¿Qué pasó cariño?- le preguntó mi madre a Julieth. Ella estaba llorando con su rostro pálido y el cabello revuelto.

-Jeremy… encontró una rana… cerca del estanque - dijo ella entre hipidos. Yo sostenía firmemente al muchacho. Si fue capaz de asustarla con eso buscaría a la rana y la metería en sus calzones mientras dormía, pensé con malicia- ¡él me la arrojo y me callo en el cabello!- chilló mientras se estremecía. Mi madre la abrazó mientras trataba de reprimir una risa. Yo por mi parte le di un zape en la nuca a Jeremy. Este frunció el ceño ante mi golpe y quiso abalanzarse sobre mí, pero aun no era tan alto.

-¡Jeremy!- dijo mi madre y llamando nuestra atención de la pelea- ¿Cómo es posible que le hagas eso a tu hermana?

-¡Es una llorona!- dijo él- ¡Eres una niñita Julieth!- grito Jeremy.

-¡Igual que tú!- le gritó Julieth. Mi madre se pellizcó el puente de la nariz cansada de las disputas de esos dos. Los mellizos siguieron gritándose hasta que golpee de nuevo a Jeremy en la cabeza.

-¡Basta ya enano!- el volvió a mirarme con odio- ¿Eres niñita acaso? ¡Deja de meterte con ella!

-Julieth no es divertida. Cuando éramos pequeños hacíamos de todo, ahora es una niñita llorica que le tiene miedo hasta a su sombre. ¡Te odio Julieth!- diciendo eso salió corriendo liberándose de mi agarre y subiendo las escaleras.

-Hablaré con él en cuanto se tranquilice un poco- dijo mi madre mirando a Julieth que volvía a llorar- Ve a darte una ducha y lávate bien el cabello ¿Sí?- ella asintió y subió las escaleras- Deberías irte a duchar tu también Jeff, y esa camisa- dijo señalando la que llevaba puesta- no la quiero debajo de tu cama ¿ok?

-Ok.- antes d irme le dije- Puedo hablar con él si quieres.

-Claro, Jeremy aun no ah superado la muerte del conde Phirs y tampoco el hecho de que Julieth está creciendo, y ya no puede hacer las mismas cosas que hacía de niña. Odia los cambios.- yo asentí ante eso.

Jeremy no era el único que odiaba los cambios. Yo también.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Capitulo 1

Castillo de Kent - Vera

-¿Terminamos ya?- me queje por millonésima vez. Mi madre rodo los ojos por millonésima vez, y la nana emitió un gruñido por millonésima vez. Mi frustración se les había contagiado. ¿Quién con más de dos horas parada sobre una plataforma, con hambre y unas incontrolables ganas de ir al baño, no estaría de mal humor?

-Ya casi terminamos señorita, estese quieta- dijo la modista. Andrelie Arauch era una diseñadora muy reconocida en Vera, y a mi madre le encantaban sus diseños. Pero ya me había cansado y quería bajarme de esa horrible cosa y quitarse el prototipo de vestido que llevaba encima.

Faltaban solo tres meses para el baile que se celebraría en el catillo para festejar mi cumpleaños número 18. Los preparativos se habían comenzado y la confección de mi vestido con él. A decir verdad no me entusiasmaba mucho el baile. Cada año era lo mismo de cierta forma, se organizaba todo para que fuera perfecto, se decoraba con flores hermosas, lazos y listones, la comida era una verdadera obra de arte culinaria, la música era excelente, incluso contrataban agrupaciones. Pero fuera de eso tenía que soportar el desfile de gente que llegaba a expresar sus felicitaciones, y a alagar mi persona “Es una hermosura de jovencita” “Algún día será una verdadera joya”, tenía que sonreír amablemente, aunque por dentro sabia que lo que ellos querían decir en realidad “Gastan tanto dinero cada año, yo quisiera tener esa cantidad de dinero” “Como desearía que se cabella con su elegante vestido y reírme de su altivez”

Me divertía mucho imaginando a todas aquellas personas en las más vergonzosas situaciones, incluso me hubiese gustado gastar una que otra broma. Pero desde que mi hermano se había casado, ya no tenía a mi compañero de travesuras. Amaba a mi cuñada, y mi sobrina era un encanto, pero ya no era lo mismo. Bastean se había convertido en un hombre maduro o por lo menos una parte de él. Mía seguía siendo mi confidente, admito que me hacía falta conversar con ella de vez en cuando, pero estaba muy ocupada cuidando a Sarah y trabajando. ¡Ser adultos apesta! Moni y Ceci eran de lo más felices. Aunque ya empezaban a adiestrarlas para convertirse en señoritas recatadas de la realeza ellas seguían siendo sumamente inquietas. Y yo… bien, no se me permitía hacer nada de eso.

Tantas veces s me había castigado por salir y permanecer muchas horas en el bosque, llenarme la ropa de hojas, barros y otras cosas. Cuando era más joven la moda era lo primero para mí. Lindos vestidos, zapatos, chalecos con cortes impecables y toda clases de superficiales. Al crecer, mi pasión por los animales había sobrepasado mi sentido de la moda. Solía pasar toda la mañana y parte de la tarde metida en las caballerizas. El Sr. Frimand decía que sería una excelente veterinaria, pero por dentro yo sabía que para mí eso sería imposible. En una ocasión le había platicado a mi madre sobre el asunto, aunque al principio hizo tantas muecas con su cara como para armar una galería de gestos, dijo que si eso me hacia feliz ella me apoyaría. Pero mi padre se negó en redondo. Quise incluso defender mi punto de vista, decirle que eso era lo que amaba y deseaba hacer, decirle que sería sumamente útil para el pueblo y el país entero, ¿Qué país tenía una princesa que fuera veterinaria? No muchos hasta donde yo sé.

Ni siquiera tuve oportunidad de hablarle. Simplemente dijo “No” algo sobre que las chicas no les meten la mano a las vacas por la retaguardia, y otras cosas refunfuñadas en alemán.

Había hablado con mi hermano, suplicado que intercediera por mí ante mi padre. Pero fue inútil. Bastean había ofrecido quedarme con él y Mía mientras estudiaba, que él se haría responsable de mí y me ayudaría a estudiar. Pero nuevamente padre afirmó que él era un alcahuete y que no permitiría que ninguna de sus hijas estudiara una profesión de hombres. Eso llevo a mi madre a discutirle, ¿porque al ser abogada y encargarse personalmente de asuntos importantes con la ganadería y la téxtilera la haría menos mujer?

Odiaba que todo aquello se hubiera desatado por mi preferencia vocacional. Con disgusto me había puesto ante mi padre. Él no me permitiría estudiar veterinaria. A decir verdad, dudaba que me permitiera estudiar algo que no fuese una carrera de “mujer” como educación, al igual que Mía, diseño de modas como lo hacía mi prima Marie Elizabeth, o algo que implicara ser femenina, vestir bien, y dar una buena cara a la aristocracia Vereniana. Eso era lo que más me molestaba. Estaba echando mis sueños a la basura por dar una buena impresión a la sociedad.

Como rey, mi padre se enorgullecía de ser justo y amable con todos los habitantes de su nación. ¿Por qué yo era diferente? Era un poco rebelde sí, pero estaba cansada de aplazar siempre mi felicidad por el buen nombre de la familia McDragon. Incluso me había dicho que si deseaba ser modelo pues que lo hiciera, era mejor que oler a estiércol y caballo todo el tiempo. Aunque había posado para varias revistas y hecho algunas campañas seguían firme en mi idea de ser veterinaria.

Quería ayudar a aquellos que con su propia voz no podían manifestar sus necesidades. Eran seres vivos, que sentían, ¿Quién velaba por ellos? Con amargura mi imagen en el espejo de cuerpo completo que había dispuesto en el salón rojo. El vestido literalmente parecía el de una princesa, pero de cuentos. El tema de la fiesta seria un baile de mascaras, como en el siglo XIX. Mía me había sugerido la idea, juntas habíamos investigado y planeado, a mis padres les pareció excelente, solo Cecile hizo un berrinche por ser aun muy pequeña para estar en la velada. Moni por su parte estaba ansiosa por ser tomada en cuenta, recuerdo cuando yo misma había sido ignorada en los muchos bailes organizados en el castillo.

-¡Señorita, se ve esplendida¡- dijo Mildred, la ayudante de la diseñadora. El vestido era hermoso. En color lila plateado en la parte del frente y revestida en tela rosa. El corpiño mostraba cuatro triángulos invertidos delineados con perlas, así pues, la larga línea que iba en medio del vestido también llevaba perlas. Tanto la falda como la cola tenían hermosos diseños de hojas otoñales en color plata, las mangas largas estaban igualmente decoradas con hojas un poco más pequeñas que a contra luz brillaban y daban un toque realmente elegante. Era de talle alto, con los hombros al descubierto solo ligeramente, no era el vulgar escote que supuse llevarían las otras invitadas, yo quería mantener la escancia de la época, tenía un aire moderno pero antiguo, era un sueño. En mi opinión el rosa viejo usado para el vestido no era un color que yo hubiese usado. Mis ojos eran verdes y mi cabello rubio, no había manera de que resaltara alguno de mis rasgos. Parecería una chica sosa si no me hacia un buen maquillaje y un peinado refinado. ¡Ahí tienes padre! Tu hija sabe de moda. Aunque debo admitir, no sin un toque de petulancia, que era realmente bonita, mi nariz era pequeña, mis labios eran réyenos y pequeños, mis ojos grandes y alargados al final. Siempre me habían considerado la más linda de las hermanas McDragon, aunque debo decir que mi pequeña hermana Moni sería mucho más hermosa, con su cabello oscuro y ojos del mismo color verde bosque, y si nos adelantamos unos años Cecile le pisaría los talones.

Vera estaba llena de una gran mescla de culturas europeas. El cabello rubio, la piel blanca y los ojos de color eran abundantes, creo que por eso mi hermano se había deslumbrado con su esposa, era había sido pelirroja con ojos oscuros, luego toda castaña, incluso mi sobrina, que era rubia tenia esos hermosos ojos marrones de su madre. Ella era la excepción a la regla McDragon, todos teníamos ojos verdes, claro que mi madre los tenias azules. Mis hermanas menores tenían cabello oscuro, algo diferente o digamos poco común. Pero yo me consideraba una más del montón.

-¿Podemos terminar ya?- me queje por millonésima primera vez.

-Claro, cariño- dijo mi madre ayudándome a bajar de la plataforma- Hay que soltarle un poco el busto creo que sus pechos quedan aplastados…

-¡Mamá!- me sonroje hasta las orejas. Las muchachas de servicio y las modistas se rieron bajito, desee echarles una mirada asesina, pero era cierto que el busto me apretaba un poco.

-Sí, su majestad- dijo Andrelie, y comenzó a soltar unos alfileres que estaban en el frente, eran tan fino que ni yo los había notado, ¡Rayos! ¡Y pude haberme clavado uno de esos!- ¿Cómo lo siente señorita? ¿Mejor?

-Sí, está bien así- volvió a prensar el frente y me encamino detrás del biombo para que me ayudaran a quitarlos.

-¿Cree usted que sea mejor un peinado suelto o recogido?- escuche preguntar a mi madre.

-La señorita Liliam tiene un cuello estilizado y elegante. Si se hace un peinado recogido se puede apreciar las joyas que llevara a juego con el traje, aunque se verá exagerado el corte del vestido, pero si se le hace un lindo peinado suelto y alto en la coronilla será una imagen deslumbrante su majestad. La princesa se verá exquisita. – Yo rodee los ojos. Cuando por fin me sacaron el vestido busque una bata de seda que había traído para mí y me asomé.

-¿Puedo por lo menos decidir qué tipo de peinado usaré, madre?- pregunté quejumbrosa, me sentía como una muñeca Barbie con la que estaban jugando a vestir.

-Insististe en escoger el maquillaje Lilly, es con todo lo que podrás decidir- ella tomó si celular y comenzó a organizar la próxima prueba, que sería con maquillaje y peinado.- Si estuviera en tu control todos usaríamos jeans o vestidos de día.

-Por lo menos puedo decidir qué clase de jean usar ¿o también lo elegirías tu madre?- vi en su rostro enfado. Últimamente se estaba sintiendo desafiada por mi parte, y admito que era mi intención hacerla llegar a su límite, y si es posible cancelar todo, pero ella conocía mi desagrado por sus presiones en cuanto a la perfección de todo, y su total dominio sobre todos.

-Liliam Allison sé lo que tratas de hacer y no funcionará conmigo. Vístete ya, es hora de la merienda y tu padre quiere hablarte de algo.- ¡Por Dios! ¿Sera que…? No, no podía ser, mi padre nunca daba su brazo a torcer con nada…

Regrese de prisa detrás del biombo y comencé a vestirme a toda prisa. Corrí a buscar mis pantalones fucsia que estaban sobre la cama, junto a él una blusa blanca con vuelitos en las mangas cortas y el cuello, los botones hacían juego con el pantalón porque eran de cristales color fucsia. Mildred tenía mis zapatillas blancas, me las calce y fui a verme en el espejo. ¡Perfecta, como siempre! Me dije a mi misma y salí corriendo de la habitación. Escuche a mi madre reprendiéndome pero la ignoré y seguí escalera abajo hasta el despacho de mi padre.

Toque la puerta y desde dentro uno de los sirvientes me abrió. El despacho estaba iluminado y podía ver la figura de mi padre detrás de su escritorio concentrado en uno de sus muchos libros de cuentas. Él dejo su libro y con la mano me hizo seña para que me acercara.

-Lilly te estaba esperando- dijo él con una sonrisa. ¡Dios! ¡Podía ser tan cambiante!

-Estaba probándome el vestido para el baile- dije mientras me sentaba en una de las sillas frente a su escritorio.

-¿Cómo va eso? ¿Estás emocionada?- preguntó me pidió la mano en silencio y me beso los nudillos, era un lindo gesto, pero avecinaba discusión.

-Ah… sí.- él frunció el ceño.

-No pareces muy feliz- se recostó en su silla y se quedo mirándome.

-Sí estoy emocionada, pero… ¿no me llamaste por eso cierto?

-No- se levanto de su asiento y comenzó a caminar por la habitación- te llame porque al parecer seguimos en desacuerdo con tu elección de una carrera.- yo suspiré, sabia por donde venia el tema, otras veces ya habíamos mantenido la misma conversación, y en cada una de ella él hacía valer su opinión, lo demás no estaba en discusión.

-Si lo que quieres es hacerme cambiar de opinión, pues te ahórrate el sermón padre, no me harás cambiar de opinión.

-Lo sé, eres tan decidida como tu madre- me miró con dulzura- te propongo un trato.

-¿Qué clase de trato?- ¿Una negociación? ¿Por qué presentía que esto me saldría caro?

-Sé que aun eres muy joven, pero es un gran plan. Mi amigo el conde Schreiber tiene un hijo que desea casar con una muchacha del país, tengo muchos negocios con él y me pareció que sería de lo más conveniente que esa muchacha fueras tú- ¿YO? ¿SE HABIA VUELTO LOCO? Con diplomacia y mucho autocontrol intenté reprimir mis emociones para no explotar en ese momento. ¿Yo? ¿Casarme? ¿Y con un extraño? ¡JAMAS! Era inimaginable. Odiaba a sobremanera eso de los matrimonios arreglados, y mucho menos con alguien de quien no había oído hasta ahora.

-Padre yo…- intenté decirle que NO, no podía prestarme a eso.

-Espera, no me respondas nada todavía ¿sí? Piénsalo. Eres una joven hermosa, educada, puedes ser una gran esposa para él, y además yo mismo te costearé la carrera que deseas estudiar. – No podía creerlo, era como ser vendida al mejor postor. ¿Era acaso otra de las artimañas de mi padre para que abandonara la loca idea de estudiar veterinaria? Si esto era una broma, realmente era mala.

-Pensaré en ello- dije derrotada y triste.

-Puedes darme una respuesta después de tu baile, no hay prisas. Pero espero que tomes una decisión sensata.

Ahí está la frase, “espero que tomes una decisión sensata” traducción, “deja de ser una tonta y olvídate de tu capricho”

Sentía como si en el lugar donde debía estar mi corazón existiera en su lugar un hoyo negro, ¿Cómo era capaz mi padre de hacerme esto? ¿Acaso no le importaba mi felicidad? Por lo menos no me había mandado lejos a terminar mi secundaria. Sin embargo la idea no me consolaba.

Cabizbaja salí del despacho como un perro herido. ¿Mi madre sabría de esto? ¿Apoyaría ella su macabro plan?

Estaba totalmente confundida. Necesitaba salir. Ahora.

Prologo

Pear Palase – Hogar de la familia Schreiber.- Vera.

Había tenido otra pesadilla. Me levanté con la frente perlada de sudor y con el corazón latiéndome desenfrenado en el pecho. Siempre era igual.

Yo, volando a lomos de su brío caballo marrón rojizo con la crin negra azabache, el sol en mi rostro y el viendo desordenándome los cabellos castaño claro, casi rubios. Estaba en medio de un claro lleno de espigas por todos lados, no se veía ni una casa, ni arboles. Se escuchaba la risa de mi hermano menor Jeremy que me llegaban por la espalda, ambos estábamos solos, pero en seguida la imagen cambiaba, encontraba la cara pálida y el cuerpo frio del antiguo conde Bennett Phirs postrado en su cama, con las manos enroscadas de manera extraña y sus ojos abiertos como si hubiese visto al mismísimo demonio. Luego despertaba todo sudoroso y agitado. Después de eso no volvía a conciliar el sueño

No era pesadilla en realidad, sino mis recuerdos. De los que ansiaba escapar pero habían cambiado mi vida.

Bennett Phirs había sido un viejo amargado, que nunca se había relacionado con nadie. Nunca se casó y mucho menos tuvo hijos, pero el sujeto era inmensamente rico. Mi padre, Zackary Schreiber había sido su única conexión con el mundo. Como secretario personal, él se había encargado de todo los asuntos concernientes a inversiones en las que el conde Phirs quisiera invertir, casas que alquilaba por todo el mundo, y propiedades valoradas en cientos de miles de dólares.

Mi padre siempre estuvo a su lado, incluso cuando al viejo le daban sus arranques de ira y se ponía violento con todo y todos a su alrededor. Incluso se molestó porque mi padre estaba comprometido a casarse, pero al tiempo comenzó a aceptar su relación, con mi madre claro, la hermosa Julia Clifton. Siempre conciliadora y bondadosa ella sabia ganarse el corazón de la gente, incluso del huraño Phirs. Así pues, cuando me tuvieron el viejo me tomó mucho cariño. Éramos como la familia que nunca deseo tener, o eso me dijo una vez. Más tarde siete años después mi madre tubo a los mellizos Julieth y Jeremy. Pero los años no pasaron en vano para el viejo. Se había vuelto completamente dependiente y odiaba ser una carga, aunque me comentó en su lecho de muerte que nunca se había sentido tan vivo desde que aparecimos en su vida.

-Prométeme muchacho- dijo el viejo conde Phirs con una tos flemosa y con las últimas fuerzas que le quedaban se quitó un medallón con la figura de una mujer delgada y un león postrado a sus pies. Ella parecía calmar a la vestía. Era más grande que una moneda de 5 centavos, bañada en plata al igual que la larga cadena.- Encontraras a una mu…muchacha que te ame- tosió- y que puedas amar de la misma manera. Eso fue lo único que yo no tuve… amor.

-Pero nosotros lo queremos conde- dije mi inocente hermana que tenía para ese entonces 10 años, y lloraba calladamente entre su pañuelo de seda.

-Lo sé pequeña- tosió el conde- pero en la vida se necesita a un compañero, alguien a quien darle otro tipo de amor, lo entenderás algún día.- ella asintió obedientemente. Jeremy estaba sentado a los pies de la cama con los brazos cruzados. Aunque era mayor para entender que el tiempo del viejo conde se estaba terminando no quería resignarse a perderlo. De nosotros tres él había sido la sombra de Phirs, y ahora que se estaba muriendo, Jeremy se sentía impotente y frustrado- Deja ya esa actitud de niño malcriado Jeremaia, sé un hombre, todos tenemos que irnos alguna vez, y yo ya he caducado desde hace más de 30 años.

-¡No es cierto! – Había gritado él- usted todavía es fuerte, puede reponerse- Jeremy se puso del lado izquierdo de la cama. Julieth se me había colgado del cuello y lloraba por el enojo del niño.

-Ustedes tres me devolvieron la vida mis niños, pero deben saber que desde el más allá les estaré dando lata. ¡Cuidado con hacer alguna travesura!- gruño el viejo como cada vez que nos miraba en la cara la intención de armar un lio- Julieth no te comas todos mis bombones suizos de una sola sentada ¿sí? y comparte con tus hermanos. Dejé encargado con tu padre de que recibieras una por mes.

-Ya no será divertido comer bombones y leche sin usted para contarme sus historias- ella se acercó a la cama y beso la esquelética frente del viejo. Tal vez en su juventud Bennett Phirs había sido un tipo bien parecido, pero la guerra lo había endurecido, y evito que entrara cualquier clase de sentimiento que no fuera la ira y la rabia, hasta que aprendió como era una familia verdadera.

Un toque ligero en la puerta nos hizo a todos voltear. Mi madre llevaba en manos una bandeja con un caldo para el conde.

-Chicos el conde debe comer vallan a fuera, cuando duerma su siesta pueden permanecer otro rato y luego a sus deberes- los pequeños se quejaron pero salieron, ella les acariciaba tiernamente el cabello la tiempo que la liberaba de la bandeja y la dejaba sobre la mesita de noche.

-Jonathan- susurró el viejo. Yo me arrodille junto a él- recuerda lo que te dije. No te endurezcas cono este viejo loco que se perdió los mejores años de su vida. Cuando encuentres a la chica que haga que tu corazón palpite rapidamente no la dejes ir, porque te puedes arrepentir toda tu vida.

-Bueno, bueno, es hora de comer, ya abra tiempo para más conversación luego de comer- yo salí… pero no hubo más tiempo para hablar.

Cuando mi madre lo había dejado nos había dicho que el conde había insistido en que quería dormir, ella lo dejó y le dijo que si deseaba cualquier cosa nos llamara. Pero no hubo tal llamada.

Jeremy estaba mortificando a Julieth con una lagartija, ella corrió a la habitación del conde en busca de ayuda, yo iba detrás de ellos, no sabía si el viejo seguía durmiendo o no y los chicos hacían tanto ruido que de seguro él se molestaría pero al abrir la puerta, con mis hermanos pisándome los talones nos dimos cuenta el estado del viejo.

Julieth gritó y lloró, Jeremy fue en busca de mis padres y yo… me quede en shock.

Su rostro totalmente pálido, su cuerpo tieso, sus manos engarrotadas, como si en esos últimos momentos de vida hubiese sufrido un calvario, y yo no había estado allí para hacérselo más fácil. Aunque era solo un muchacho de 17 años, me había sentido culpable.

Una semana después del fatídico día de la muerte del viejo conde, la familia fue convocada por el abogado de Phirs.

El abogado un hombre rechoncho con un chistoso bigote y anteojos fofos nos leyó con calma la última voluntad del viejo conde.

Decía que el condado quedaría en manos de mi padre. El titulo, las tierras, las inversiones, las casas y la mansión, estaban a su nombre. Su hijo mayor, es decir yo, heredaría el título de Conde cuando decidiera contraer matrimonio con la joven que yo deseara, y solo entonces heredaría. La clausula era clara, “solo heredaría si me casaba por amor”. Que divertido, pensé en ese momento, el viejo me había enredado con el tema del amor solo para que él me dejara parte de su herencia. Mis hermanos menores también recibirían una cantidad considerable de tierras a su nombre, y si en el futuro mis padres tenían más hijos también recibirían su parte.

Cuando las aguas se hubieron calmado mi familia y yo retomamos nuestras actividades, casi en automático. El dolor por la pérdida de ese viejo gruñón había sido enorme.

Mi madre había hecho algunos cambios en la casa, como el testamento así lo decía, ella podía disponer a su antojo de la casa, modificarla, contratar personal, y tendría un dinero mensual para sus gastos, los chicos también recibiríamos dinero para cosas que deseáramos. Aunque mi madre se sentía feliz por la generosidad del viejo conde sentía que no estaba bien gastárselo en caprichos, pero también era cierto que habían sido como una familia y no estaba mal ocupar el puesto que con tanto aprecio y agradecimiento nos habían entregado. Sin embargo no dejaba de recordarnos que debíamos ser los mismos buenos niños de siempre, generosos y buenos.

Esos tres años siguientes, mis padres se habían encargado de que todo siguiese como el conde lo había dejado, y mejor. La casa rezumaba alegría, teníamos sirvientes, caballos, vacas, ovejas, cerdos, hasta unos hermosos perros de caza. Vivíamos realmente bien, dándonos uno que otro lujo, nunca los tuvimos, a menos que fuera una regalo del viejo conde, pero gastar y saber que era nuestro nos hacía sentir bien.

Mas la cara del viejo conde, muerto, me había perseguido todo ese tiempo. Recordándome que era el hijo de un conde, solo porque éste había ocupado su lugar. Saber que alguien tubo que morir, y alguien a quien había apreciado, me carcomía el alma. Cada centavo que gastaba en mí era una cicatriz en mi alma. No había logrado liberarme de la culpa, como si hubiese sido un hipócrita durante 17 años, sirviéndolo, entreteniéndolo, ayudándolo, todo con el fin oculto de que me dejara toda su fortuna, cosa que no estaba ni cerca de la realidad, jamás esperé nada a cambio de mi amistad y servicio al conde. Mi madre me lo había repetido una y otra vez en las noches que me había despertado gritando que mi vida era una farsa.

El conde nos había dejado por escrito que con nuestra nueva posición debíamos entrar en los círculos sociales. Que mi padre debía alegar ser un sobrino lejano que había cuidado de él por mucho tiempo y que le había dejado todo. Aunque ese primer año en la ciudad de Mefer King se había especulado sobre el verdadero origen del nuevo conde, fue muy bien aceptado, al igual que mi madre por ser una mujer hermosa y fina. Nosotros habíamos aprendido a comportarnos a la altura, ¿Quién diría que por nuestras venas no corría la sangre azul que ellos creían que poseíamos? Claro está, nadie se atrevió a investigar tal cosa, ya que mi padre se había arañado una posición durante los dos años siguientes.

Era un hombre respetable, y con ideas visionarias. Sus inversiones siempre eran lucrativas y sus donaciones a distintas causas eran generosas. La gente comentaba a menudo el amoroso matrimonio que ambos formaban y lo bien educados que éramos sus hijos.

Y nada de eso me hacía cambiar de opinión en mi idea de que estábamos viviendo una vida que no era la nuestra.

En realidad no me hubiese importado seguir como estaba, siendo un chico promedio, creo que había sido más feliz. Pero el destino sabe porque hace las cosas.

Y ahí estaba yo, despertándome de otra de esas pesadillas, dándome de golpe con la realidad. Del susto me había quedado sentado en la cama, con el pelo enmarañado. Con frotación me deje caer de nuevo en las almohadas. Miré al techo hasta que los ojos me ardieron de sueño y lágrimas. Toqué de manera ausente el medallón que llevaba pegado al pecho por el sudo. Ahora mi posición era otra, y tenía que acostumbrarme, me gustara o no.

Cerré los ojos e imagine a mi caballo Pegasus en los bosques verdes que lindaban por el rio Kennys, al día siguiente iría a cabalgar y despejar mi loca cabeza. Lo necesitaba con urgencia.